Hidalgo Sport.- Thibaut Courtois ha estado en el ojo del huracán desde la debacle del Real Madrid la temporada pasada. Su nivel no ha sido el esperado y las críticas llegan por montones. La última polémica con el portero llegó el martes, cuando fue sustituido al medio tiempo del partido que perdían contra el Brujas por 0-2 en la Champions League. El cambio, alegó Zidane, se dio por problemas estomacales y aunque al final los madridistas rescataron el empate, el belga no se libró de ser señalado.
Sin embargo, el día de hoy Okdiario informó que Courtois fue diagnosticado con ansiedad y los comentarios despectivos no tardaron en aparecer en redes sociales. «Con lo que gana…», ironizaba alguno; «¿Y cuando cobra también tiene ansiedad?», decía otro. Esto sin contar las burlas y los comentarios despreciando el trastorno que sufre el futbolista (cabe destacar también que aún no hay una postura oficial al respecto).
Más allá de que la información sea real o no, es preocupante la cantidad de ignorancia que se tiene respecto al tema. Un trastorno como la ansiedad (y no se diga otro como la depresión, por ejemplo), no respeta estratos sociales, ni profesiones, ni nada. Hay que tratarlo como lo que puede ser: un problema serio. Más aún en un ámbito donde la presión es máxima y no se te permiten errores porque tienes miles de personas detrás que te pueden hundir..
Claro que el error de un futbolista no es siquiera comparable al de un cirujano, por decir algo, pero cada quien vive en su propia realidad, bajo sus propias experiencias y dándole peso distinto a lo que hay en su entorno. Lo incorrecto es justo lo contrario: juzgar a las personas por algo que no has vivido o que tal vez no entiendes porque tu realidad es diferente.
Hace algunos años había un portero, Robert Enke; titular de Alemania y capitán del Hannover 96. Su historia es un claro ejemplo que el éxito deportivo o ganar millones no te asegura nada, pues cuando un trastorno toca a tu puerta, te puede cambiar la perspectiva de todo.
Afectado, entre tantas cosas, por sus malas experiencias en Benfica, Barcelona y Fenerbache y empeorado por la muerte de su hija de dos años en 2006, la vida de Robert se había convertido en un auténtico suplicio.
Nada importaba que fuera tan querido por la afición de su equipo, el Hannover; mucho menos que iba a ser titular con Alemania en el Mundial de Sudáfrica 2010. La depresión, enfermedad que sufría y se había guardado desde sus primeros pasos en el fútbol profesional con el F. C. Carl Zeiss Jena a los 18 años, ya lo estaba consumiendo.
Un día, Enke le dijo a su esposa Teresa Reim: «Si te metieras en mi cabeza por 20 minutos, entenderías todo». Y así fue. Recurrió al representante del jugador, Jorg Neblung, para ver cómo podían ayudarlo. Neblung planteó lo siguiente: dejar el fútbol un tiempo para tratarse inmediatamente o esperar al Mundial y hacerlo.
Mediante una llamada por teléfono, el arquero había informado la decisión de hacer lo primero. Aunque 20 minutos después volvió a llamar a su representante para decirle que había cambiado de opinión: se esperaría a jugar la Copa del Mundo. Lo que ni Teresa ni Jorg se imaginaban, era que Robert había tomado otra decisión que nada tenía que ver con el fútbol.
El 10 de noviembre del 2009, Robert Enke se aventó a las vías del tren. Solamente dos personas sabían que padecía depresión. Este caso sin duda deja un precedente y una lección valiosa que incluso raya en lo cliché: no importa tener lujos, no importa vivir de lo que, supuestamente, te gusta hacer, nadie está exento de sufrir una enfermedad así.
Por eso mismo, este tema da para mucho, pero tampoco me quiero alargar tanto. Solamente me gustaría hacer énfasis en el gran error que tienen muchos aficionados al sentirse con la autoridad moral de querer tratar al futbolista como una marioneta, de exigirles como si les pagaran su salario.
Aquello es un síntoma, no solo de ignorancia, sino de que algunas personas a veces le dan al fútbol un peso mayor al que deberían.