Borg vs McEnroe, una película a la altura de los dos mitos del tenis

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Hidalgo Sport. Marca.- No es tan amplia en la cartelera cinematográfica la presencia del deporte -menos aún del tenis- como para que una producción como Borg-McEnroe, la película, pase desapercibida entre los aficionados. Una vez visionada, puede decirse que esta coproducción nórdica dirigida por Janus Metz Pedersen y protagonizada por Shia LaBoeuf y Stellan Skaasgard sobre una de las grandes rivalidades de la historia del tenis y del deporte en general, debe ser calificada como imprescindible para los aficionados al deporte y, sobre todo, para los aficionados al tenis: la recreación no ya de la mítica final de Wimbledon de 1980 entre ambos astros, sino de lo que era el arte ahora perdido del tenis de saque-volea es técnicamente impecable hasta en sus menores detalles.
A estos efectos, la película puede descomponerse en varios elementos: la descripción y confrontación de las personalidades de Bjorn Borg, el Vikingo de Hielo, y de John McEnroe, ‘Superbrat’ (o superdesagradable) entre otros apodos. Ciertamente, Borg ocupa el centro de la película y a McEnroe le cabría el papel, podríamos decir, de coprotagonista secundario (de hecho en Suecia la película sólo se ha titulado ‘Borg’).
Mientras el estadounidense aparece en la acción ya como tenista consolidado con algunos “flashbacks” sobre su infancia, sin aclarar gran cosa sobre las motivaciones de su carácter explosivo, a Borg se le sigue desde sus orígenes como tenista adolescente problemático, se detalla su relación con Lennart Bergelin (fueron quienes inauguraron el actual ‘formato’ de dúo tenista-entrenador) y también con su novia, la tenista rumana Mariana Simionescu. Tras los ‘flashbacks’ la película se centra en una imagen fija: las dos semanas de Wimbledon 1980 que acabó en lo que se consideró mejor partido de la historia del tenis, hasta que el Nadal-Federer del mismo escenario en 2008 pasó a hacerle sombra.
El Borg ‘real’. (Wimbledon archives. Youtube)Bien: podría decirse que la película quizá abuse un poco del tópico del tenista atormentado y con relación problemática con su propia popularidad y con el éxito -es recurrente el miedo a que si perdía contra McEnroe en Wimbledon no se recordarían sus cuatro triunfos previos, sino su derrota final-. Sin embargo es coherente con el posterior devenir de Borg. Un año después de los hechos narrados, tras perder su primera final de Wimbledon ante McEnroe, se retiró. Siguió el divorcio con Simionescu, un posible intento de suicidio, rumores de ruina personal y un intento de volver al tenis -jugando con raqueta de madera- ya a principios de los años 90.
La identidad básica entre ambos jugadores se da en la total compenetración entre ambos: Borg identifica que los ataques de ira de McEnroe no son pérdida de concentración sino, por el contrario, su manera de llegar a ella, y este explora y estudia los rituales del sueco identificando en ellos la clave de su fortaleza. También de ese Borg concentrado en sí mismo en el barroco Studio 54 de Nueva York en el que se vislumbra a Andy Warhol, y a ese McEnroe pensando en el tenis de su rival en una fiesta con groupies y el malogrado juerguista Vitas Gerulaitis…
En este sentido la película hace una pequeña ‘trampa’ de guión: (alguna más hay, pero poco relevantes) la final de Wimbledon 1980 no fue, como se insinúa, el primer partido entre Borg y McEnroe. Para la fecha habían jugado ya entre ellos siete veces, con cuatro triunfos del sueco y tres del estadounidense desde la primera, en Estocolmo 1978, con triunfo de McEnroe por 6-4 y 6-3. McEnroe tenía, en 1980, 21 años y Borg 24. Aquel no había logrado llegar aún al número 1 mundial que ocupaba Borg que, además, había ganado ya cinco veces Roland Garros y las cuatro citadas Wimbledon además de otros muchos torneos.
Era, sin duda, un indiscutible ídolo mundial, quizá la figura más reconocible del deporte en esos momentos. Y uno de los responsables que Suecia fuera durante unos años el ‘país de moda’ del mundo, gracias al propio Bjorn, al grupo musical Abba, y también del equipo sueco de fútbol que fue una de las revelaciones del Mundial de fútbol 1974. Unos colores más bien oscuros, a tono tanto con el casi siempre lluvioso y ya vetusto en los años 70 Wimbledon -cuyos colores son además el púrpura y el verde oscuro- y la sombría Suecia ayuda a acentuar el ambiente de presión competitiva y personal con el que tienen que lidiar los tenistas. Luego, cada cual lo afronta a su modo…
Pero en lo que sobre todo destaca Borg-McEnroe, la película, es en la excelente recreación del tenis de ambos jugadores y sobre todo en el arte perdido del saque-volea, que dominó el tenis y luego se refugió en el césped de Wimbledon hasta que ya a finales del años 90 el material, que propiciaba un tenis cada vez más veloz y potente, lo hizo imposible de practicar. Visto hoy el partido original, un partido que pareció el no va más en cuanto a tenis de fulgurante genialidad, parece lento, con pausas entre cada golpe. Pero, también, con opción para los jugadores de pensar el golpe, de sorprender al rival con un juego con mucho más porcentaje de creatividad que de potencia. También acierta en mantener la tensión narrativa en un deporte como el tenis, que en rarísima ocasión depende de una acción concreta y, si la hay, nunca es aislada (ver final de Roland Garros 1984 Lendl-McEnroe, por ejemplo). Además, el aficionado al tenis que va a ver esa película sabe, normalmente, como acabó el partido.
Ese efecto está magistralmente retratado en la película. Como también que se debía en gran parte al material de la época: bolas blancas y pesadas y raquetas de madera: la mítica Donnay de Bjorn Borg, con tensión en el cordaje hasta el límite de su resistencia y la Wilson Jack Kramer Pro Staff de McEnroe. En aquella final, de casi cuatro horas, se consiguieron poco más de 10 ‘aces’ entre ambos jugadores. Sólo Jimmy Connors usaba entre los líderes raqueta de aluminio. Cuando la técnica se perfeccionó y el metal y el grafito comenzaron a conquistar las pistas los ‘aces’ comenzaron a llover y el saque-volea a retroceder. Hasta Sampras e Ivanisevic, 15 años después, confiaban más en el inicio de la jugada que en su finalización.
(McEnroe en Wimbledon 1980. Allsport)Un último detalle habla a las claras de cómo se ha cuidado la fidelidad tenística: como todos los aficionados saben en Wimbledon, al final del torneo, las pistas de Wimbledon están desgastadas. Casi peladas. Pues bien: en la película la hierba falta correspondiendo exactamente al patrón de juego de esos años: junto a la línea de fondo, junto a la red, y en el camino central hacia ella: una especie de forma de doble T o reloj de arena. Hoy el desgaste es casi cuadrangular y más acentuado en la línea de fondo, como corresponde al mayor juego desde ella.
Han sido tres los principales consultores tenísticos de la película: Los profesionales finlandeses Veli Paloheimo (57 ATP) y Jarkko Nieminen (13) y el checo Martin Stepanek (103) -sin relación, por cierto, con Radek Stepanek-. Junto a ellos, Thomas Kromann como doble de Shia LaBoeuf en escenas tenísticas, y Henrik Sillanpaa supliendo en algunas acciones sobre la pista a Stellan Skaasgard. A todos ellos y al equipo se debe una película equilibrada y con exquisito respeto a los protagonistas y al tenis. Imprescindible para todo aficionado.

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