Hidalgo Sport.- Hay historias que se cuentan en cinco sets. Y la de Samantha Bricio, la voleibolista mexicana de 21 años de edad que acaba de firmar un contrato por dos años con el Imoco Volley de Italia, es una de ellas.
Tapatía, 1.88 metros de estatura, hija de un ex seleccionado de basquetbol nacional y una madre voleibolista, sonríe e intenta hacer su propio recuento vía telefónica desde Los Ángeles, ciudad a la que llegó a los 17 años y donde fue nombrada la mejor jugadora colegial de Estados Unidos (en el 2015) con el equipo de los Troyanos de la Universidad del Sur de California.
“Pues el primer set es cuando empecé a jugar voleibol desde que estaba chiquita, mi mamá hizo un equipo en el que pudiera ir por diversión y practicara deporte como toda mi familia”.
Además de sus padres, la jugadora recién graduada en Psicología por la USC, se refiere también a sus dos hermanos mayores.
Así de rápido llega al segundo set. La infancia se le había esfumado entre duelas y minicategorías. Pero el destino que hoy domina, la esperaba. Aunque confundía la diversión: “Llegué a la Selección de Jalisco. Todo era más organizado. Comenzaron los regionales, las Olimpiadas Nacionales. Ya estaba creciendo y me llamaba la atención ir al cine, a cumpleaños y me enojaba con mis papás porque no me dejaban ir, me decían que ‘si tenía un compromiso de ir a entrenar, tenía que cumplirlo’”. Era la época de sacrificar, crecer.
Para Samantha llegar a la Selección Nacional cuenta como el tercer set. Pero no cualquiera. Hizo historia al ser la voleibolista más joven en representar a México con apenas 13 años, en la juvenil, y su vida cambió de nuevo.
“Fue una etapa diferente, de realización, jugar con mujeres más grandes que yo (de 18 o 20), fue como un ‘despierta, el nivel no es solo el de tu equipo’”. Tres sets, tres nombres (Samantha Estephania Guadalupe), tres aprendizajes.
Cuarto set. El más difícil, cuando partió a Estados Unidos. “Dejé a mi familia, un país nuevo, con un idioma diferente, fue como empezar de nuevo. Aprendí mucho, cómo ser responsable sin que mis papás me dijeran ‘Samantha tienes que ir a entrenar’ o ‘no puedes ir al cine’ es difícil tener la fuerza de voluntad, no dormirte porque tienes tarea, no tener amigos fuera del voleibol porque no puedes salir con ellos, pero te acostumbras y se vuelve natural”, cuenta la tres veces All American. El premio, más allá de la ropa deportiva por montones, del buen trato de sus compañeras que al principio le llevaban comida mexicana a su recámara para que olvidara la nostalgia de su país, así como de su entrenador Mick Haley, fue saber que hace lo que más le gusta… y lo disfruta.
“Un día vinieron mis papás a verme, los medios que nos cubren los enfocaron una y otra vez y salieron hasta en ESPN, gritaban y saltaban todo el tiempo mientras jugaba, pero yo estaba concentrada. Cuando me enseñaron las repeticiones me dio mucho sentimiento ver cómo estaban orgullosos de mí y que aún les gustaba verme jugar después de tanto tiempo”.
La “messicana” como ahora la llaman en el país europeo, cree que apenas comienza el quinto set de su vida y será en Conegliano (a finales de agosto), una ciudad al norte de la península italiana y a más de diez mil kilómetros de su tierra natal.
Aunque prefiere el agua de horchata por encima del vino tinto que ahí se produce, está consciente de que entrar al ámbito profesional no la toma por sorpresa: “Será muy diferente a todo lo que he vivido. La experiencia de haber jugado con la Selección Mayor me ayuda, pero las mujeres con las que iré al equipo han jugado Olímpicos, han sido campeonas del mundo, tienen una tradición de treinta y tantos años. Una vez más tendré que despertar y salir de mi burbuja”.
La oportunidad de seguir mejorando es lo que Samantha espera experimentar en Italia, pues su verdadero potencial aún está por verse.
“Yo creo que todavía puedo dar más, no voy a pensar que di todo hasta llegar a unos Juegos Olímpicos”. Un día… un día.