“Que se apruebe la reforma migratoria en Estados Unidos sería, para retomar las palabras recientemente pronunciadas un expresidente nuestro, casi un miagro”, afirmó Luis Escala Rabadán, del Colegio de la Frontera Norte, durante su intervención en la mesa “Identidades culturales de la migración México-Estados Unidos”, durante el Coloquio “México 2012: Migración, Desarrollo y Derechos Humanos”, dentro de las actividades del Festival Internacional de la Imagen (FINI) 2012.
La aprobación de dicha reforma, impulsada el presidente Barack Obama y rechazada en primera instancia por los tribunales estadounidenses, facilitaría la permanencia en la unión americana de inmigrantes indocumentados que lleven mucho tiempo viviendo en Estados Unidos o que tengan familiares en aquel país, explicó el investigador en el Salón de Actos “Baltasar Muñoz Lumbier” del Edificio Central de Abasolo de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH).
Escala Rabadán hizo énfasis durante su participación en la integración de los emigrantes, documentados o indocumentados, en la sociedad que los recibe, integración que se da en cuatro dimensiones: policía, social, económica y cultural. “La integración económica es quizá la más complicada para el migrante, porque en Estados Unidos hay altas posibilidades de empleo para quienes están bien preparados y para quienes no tienen preparación suficiente, pero muy pocas para la medianía.”
Sus investigaciones lo conducen a sostener que los procesos migratorios tienden más hacia la integración en las sociedades destino que al regreso al país natal, como sucedía en un principio. En este punto coincidió con él Juan Carlos Narváez Gutiérrez, del Instituto Nacional de Migración, quien refirió que de los 11.7 millones de mexicanos que viven en estados unidos, 6.5 no poseen documentos migratorios, lo que les imposibilita acceder a muchas oportunidades de trabajo y educación, pero no los insta a volver a su “patria chica”, su lugar de origen.
“El dilema del proyecto de inserción cultural del migrante se da entre la cultura paternal y la territorial”, es decir, entre aquélla bajo la cual se formaron y aquélla con la que conviven cotidianamente. “Finamente, hay una adopción del migrante del discurso mainstream o dominante y lo implementa en su vida”, apuntó. Finalmente, es derecho del migrante transitar, permanecer en el sitio deseado y elegido y ejercer ahí su ciudadanía, concluyó Juan Carlos Narváez.
Sobre los derechos ciudadanos del migrante, Roxana Rodríguez, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, destacó como ejemplos reales los de las comunidades mixtecas en California, que ha adoptado medios de comunicación locales para reproducir prácticas de, por ejemplo, la radio comunitaria de México. Destacó que usualmente el sujeto toma plena conciencia de sus derechos civiles, ciudadanos y laborales cuando se convierte en migrante, cuando se encuentra y desenvuelve fuera de un contexto al que social y culturalmente pertenece.
Abundó en experiencias de las comunidades maquiladoras de Tijuana, Baja California, y del Proyecto VozMob, que se desarrolla en el condado de Los Ángeles, California. “Uno debería exigir y hacer respetar sus derechos políticos no sólo en el país al que se emigra, sino también en el país natal, porque explotación hay en todos lados”, sentenció la investigadora.
Por su parte, Juana Watson, de la Universidad de Indiana, y originaria de Calnali, Hidalgo, expuso desde la experiencia personal los avatares por los que atraviesa el migrante que se interna en una sociedad y una cultura que le son completamente ajenas. Dio cuenta de las dificultades que implica en el proceso de inserción social el desconocimiento de la lengua, las costumbres y las leyes, y el recelo que puede vivirse en algunos untos urbanos hacia el migrante, que es visto como un elemento no sólo ajeno a esa sociedad, sino nocivo para ella.
Watson refirió que las cosas han cambiado, que el fenómeno migratorio, y su consecuente necesidad de asimilación cultural, son vistos como naturales en muchas regiones de Estados Unidos y que actualmente hay extensas comunidades de migrantes mexicanos en el norte de Indiana, como triquis oaxaqueños y de apeneses, que alcanzan los 10 mil individuos. “Y lo curioso es que ese estado no formaba parte de territorio mexicano antes de invasión estadounidense de 1847, y aun así se sigue hablando de la reconquista de territorio”, apuntó. (Hidalgo Sport)